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Virginia era una niña muy callada y todas las noches observaba las estrellas desde la ventana de su habitación. Sus padres intentaban comprenderla y la acompañaban. A su madre le interesaba el número de las estrellas y cada día anotaba la cantidad en una hoja de registro, su padre intentaba reconocerlas empleando libros de “astrología”; pero Virginia sólo las observaba, y parecía ser feliz al hacerlo.

Durante las mañanas Virginia no dejaba de dibujar. Dibujaba estrellas en los espejos de los baños, en las bancas de los parques y en su propio cuerpo; toda la gente se quedaba asombrada por la belleza de los dibujos esparcidos por las calles y muchos otros niños más empezaban a también dibujar estrellas en diferentes espacios de la ciudad, Virginia disfrutaba mucho con todo eso e hizo nuevos amigos. Concientemente o no, su intervención callejera, portando lápices y plumones de colores, estaba transformando el mundo.

Si tenía que expresarse, los exámenes de la escuela no eran la excepción. Cuando uno de los profesores le devolvió las pruebas con notas desaprobatorias, le preguntó, ¿Por qué respondes a las preguntas de los exámenes con estrellas?; y ella contestó, con una sonrisa en el rostro, ¿Por qué ustedes responden mis estrellas con inexpresivas valoraciones numéricas?

2 comentarios:

Cauac dijo...

Brillan, en cualquier mar verdoso o azul oscuro, verdioscura realidad el todo, gracias a la luz que regalan las esquinas de sus puntas.

Auuuh

Amma Sinclética dijo...

Sencillamente excelente. Me fascina.