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No tiembla la mano del político para iniciar una nueva partida de ajedrez y ubicar disciplinariamente cada ficha en el recuadro correspondiente de acuerdo al valor de cada cual: los reyes en la parte céntrica, rodeados de sus propiedades y protegidos por sus peones. Toma un megáfono y reta altaneramente a todos los allí presentes a vencerlo. Sus compañeros se acercan… y las apuestas comienzan a oírse por todo el bar.

Esto llama la atención del marxista, quien suelta el cigarro y levanta la mano para enunciar una sugerencia sobre una fórmula inteligente de ganar el juego: la criminalización hacia los peones es incorrecta, pues constituyen un mayor número, y por tanto mayor posibilidad de movimiento, así que son el rey y la reina quienes deben ser atacados; los peones deben protegerse, y con inteligencia podrán asumir los mismos poderes que los del rey; este esquema de juego debe ser empleado hasta asegurar la victoria. Un anarquista, que lo ha oído desde la ventana, deja de contemplar las estrellas, se acerca con una tibia sonrisa en el rostro y también toma la palabra: las reglas del juego son inútiles, ¿de qué sirve que los peones se asesinen entre si, si sólo basta con matar al rey para terminar con el juego?; los papeles deben cambiarse, la verdadera forma de demostrar nuestra inteligencia es crear unas nuevas reglas de juego por nosotros mismos; primero, los reyes deben tener el mismo poder que los peones y, por tanto, el peón que tome posición del casillero inicial del enemigo seguirá siendo un peón, pero por su esfuerzo recibirá a cambio un caballo o una torre; de este modo el enfrentamiento en cada movimiento será bajo las mismas condiciones de poder y así será más entretenido. El marxista se dispone a responder el comentario, pero es interrumpido por un grupo de policías que violentamente retiran del lugar a los dos iniciadores del debate sobre las reglas y las formas de ganar el juego. El anarquista, mientras es arrastrado por todo el pasadizo, grita advirtiendo sobre la vida representada por el juego en disputa, acerca de la jerarquía y el dominio de los reyes sobre los peones y la policía en la vida cotidiana.

Durante el suceso, un niño optó por esconderse debajo de la mesa de juego para no ser arrestado por la policía; ahora se levanta, tira por el suelo el tablero y las fichas, y se retira del lugar sin ningún sentido de culpa. Todos han quedado boquiabiertos. Las fichas se han perdido debajo de otras mesas. El tablero se ha roto. (La insurrección ha sido desatada.) Y el espectáculo ha terminado.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Buena retórica, aunque al fin y al cabo, los peones no se mueven nunca por si solos. Y un peon que no es capaz de pensar sus propias jugadas dificilmente podrá acabar con el rey.

Un abrazo libertario!

Yo dijo...

Bueno ¿Pero acaso no es difícil pensar y moverse para acabar a un rey, cuando se tienen en casa un montón de futuros peones que dependen de aquél peón para subsistir? ¿acaso eso lo soluciona un tercero erigido en guia?

Aquél "realismo" que reluce por su dureza no deja de ser una hipotesis mal formulada de lo que sucede,
Y creo, no es cuestión de retórica.

- Tu escrito conmueve y eso es grande (por lo dificil).

Fraternal saludo a ambos.

Alain dijo...

Atisbo las mejillas del cielo, y pienso: la vida no consiste en matar reyes, sino en saltar fuera del tablero. La vida no consiste en acceder al juego que se impone como único modo de subsistencia; aceptar los roles y mover las piezas que controlan nuestras cabezas.

Los roles no son una puerta abierta en medio de la calle; son el ingreso a la división del trabajo y la especialización de la muerte: la enajenación. Asumirse como un peón es descartarse como ser autónomo –el capitalismo nos ofrece esta posibilidad. El peón es peón, al menos hasta que termine la hora de trabajo y las maquinas dejen de funcionar. El problema verdadero es enredarse en el tablero. El rey no podrá saborear de la riqueza del metal si su tablero de roles no aguarda en paz, si resulta que hoy, en lugar de sumergirse en el tablero, lo mas importante es no levantarse de la cama, cerrar los ojos, respirar una dimensión colindante en tiempo, mirar las estrellas, el deslizar cromático del cielo, la alegría de las flores. Vivir, vivir es revolucionario. Entender que postergar la vida, y nuestras pasiones es parte de la obra del espectáculo del capital.

La anarquía es una canción tarareada por niños que han decidido emprender travesuras fuera de casa.